PERDONA, ¿TRATAMIENTO
PARA LA SOLEDAD?
Carta a nuestros abuelos.
En una de las visitas,
me pareció verla sola, apagada y con los ojos brillosos, a punto de
expulsar lágrimas. Le pedí que me contara qué le pasaba, pero yo
nunca creí que iba a acabar saliendo de esa casa con el corazón en
un puño. Y es muy curioso porque, a pesar de que exactamente no me
contó el motivo de su tristeza, poco a poco pude entender a la
perfección lo que escondía su corazón. Comenzó con un simple “nada
bonita, estoy bien”, pero intentando desviarla del tema, empezó a
nombrar a una tal “soledad”, una carencia que está presente en todas
nuestras etapas de la vida, desde la adolescencia hasta la vejez.
Porque sí, aunque te resulte extraño, los adultos también sufren, a
pesar de que lo disimulan y esconden tanto como tú, los bombones en
tu cuarto. A continuación, ella me intentó explicar lo que le
ocurría, apoyándose en su pasado y sus experiencias. Me puso varios
ejemplos de momentos en los que estuvo sola cuando era pequeña, como
fueron a la hora de hacer grupos para el baile de educación física,
al no saber con quién ir al cine a ver una película nueva, o al
tener que pedirle al camarero una reserva de una mesa para una única
persona, ella misma. Es fácil entender que alguien se puede sentir
solo cuando realmente no tiene a nadie a su alrededor, pero ¿es
lícito sentirse solo cuando estás acompañado de gente? Claramente
sí, y al ella recordarlo, comenzaron a llenarse sus ojos de
lágrimas.
Tras muchos años, alcanzó su vida soñada formando una familia,
fuente de la que provenía su felicidad. Aunque lo oigamos decir, no
nos damos cuenta de que nos acostumbramos a vivir una vida tan
estable y perfecta, que hasta que no nos ocurre alguna desgracia, no
nos hacemos una idea de la vida tan plena que tenemos. Porque sí, en
esta vida todo llega, hasta lo indeseable, por lo que
desgraciadamente, su marido de un día para otro se marchó de este
mundo, y esto supuso una roca muy grande en su mochila de guijarros.
Su alma gemela, su compañero de vida, su persona más leal, su amor
platónico, su total alegría, toda esta felicidad comprimida en una
persona, un individuo que, de una noche a otra, no despertó más.
Ahora entiendo su frase “hasta mañana si Dios quiere”, frase que
repite noche tras noche antes de acostarse. No quiero imaginar el
shock que se debe sentir al abrir los ojos, pegarle una patadita
para despertarle y darle un beso de buenos días, y que, sin embargo,
no haya respuesta. Así de fácil y rápido pasamos de tenerlo todo, a
quedarnos con un coche de tres ruedas. Pasan los años, y también su
hija decide volar del nido, crear su propia familia y perseguir sus
sueños. Aquí es cuando te das cuenta de que pasamos de sentirnos
solos, a realmente estar solos.
Ya son muchos los años que lleva viviendo sola, desayunando con el
sonido de la radio por detrás, comiendo con la mirada fija hacia la
pared, y cenando con el telediario de fondo. Por no hablar de las
tristes mañanas a las que se somete día tras día, despertando sin
los buenos días de nadie, únicamente del de su hija, eso sí, a
través del teléfono. Por consiguiente, tampoco tiene a nadie con el
que desahogarse en el sofá antes de irse a dormir, nadie que le
pueda reponer rápidamente el papel del cuarto de baño, ni tampoco
nadie con quien celebrar que ha conseguido organizar un gran viaje
con el imserso. Además, aunque no lo parezca, que te riñan por haber
dejado la ropa sucia tirada en tu cuarto o por no haber limpiado
bien la sartén, se echa de menos cuando vives en solitario durante
tanto tiempo. Aunque esta nueva realidad ya forma parte de su
rutina, no deja de ser otra piedra para su mochila de la soledad.
Cierto es que todas las tardes queda con su hermana o sus amigas
para tomar un café o dar una vuelta por la Vuelta del Castillo, pero
la llegada a casa se ha convertido en una entrada a la nostalgia y
tristeza, en vez de un acogedor hogar. Porque sí, lo que era un
hogar, se ha transformado en una casa apagada, donde el sentimiento
de renovación, descanso, calor y paz, se han esfumado.
Pasan los años, y lo repito para que lo recuerdes permanentemente,
la vida es como una ráfaga de viento, se pasa en un abrir y cerrar
de ojos. Cuando menos te lo esperas, de pronto su amiga Guadalupe ha
sufrido un infarto, su otra amiga Nieves tiene que ingresar en el
hospital, y su mejor amigo Nicolás ha vendido su casa porque ha
ingresado en una residencia al perder el habla y la movilidad
física. Debe destruirte la sensación de que todo tu entorno ya no es
lo que era antes, ni está compuesto por las personas que siempre han
estado ahí. Predomina una sensación desagradable, donde todo lo
bueno de la vida ya se ha marchado, como cuando esprintas por
subirte a la Villavesa, pero, sin embargo, ves que cada vez se aleja
más de ti. Las tardes de ataques de risa con tus amigos, los veranos
de piscina y playa, hasta las noches de cerveza en el bar de la
plaza, te das cuenta de que ya no se repetirán jamás.
Ya todo le supone un esfuerzo, ya no puede abrir los tarros de
tomate con facilidad, ya no puede agacharse a coger el trozo de pan
que se le ha caído, ya no alcanza a abrocharse los cordones de sus
zapatillas, y tiene que aumentar las letras de la televisión para
llegar a verlas desde el sofá. Todas estas tareas que ahora le
suponen un suplicio, ella es consciente de que viviendo acompañada,
no tendría que afrontar estos obstáculos, pero, por lo contrario, no
la escucharás quejarse ni un solo segundo. Viajar, que es su gran
pasatiempo, también le supone un gran esfuerzo, pero disfruta tanto
de pasar unos días con sus amigos, que se olvida de todo lo malo. Se
olvida de que ya no puede soportar un viaje de muchas horas seguidas
sin estirar las piernas, de que ya no puede subir la montaña que el
grupo quiere visitar, de que ya no soporta el calor de Sevilla, y de
que tampoco puede comer en un restaurante típico del lugar porque
tendrá que pasar todo el día con pesadez de estómago. A pesar de
todos estos inconvenientes, ella sigue viajando y disfrutando del
presente, ya que es más que consciente de que, en dos días, le
tocará volver a despedirse de alguien. Por no olvidar de la tercera
y dolorosa piedra de la mochila, el momento en el que le comunican
que le han salido trombos en las piernas y que tendrá que tomarse a
diario, obligatoriamente a las cuatro de la tarde, las pastillas del
Sintrom. A fin de cuentas, todo esto hace aislarla de su círculo de
amistades (aunque cada vez más y más reducido), obligándola a
quedarse en casa reposando, lugar donde, recordemos que florece la
melancolía y se siente desamparada y sola.
De esta forma funciona el círculo vicioso de la vejez, última etapa
de la vida que la mayoría alcanzaremos y afrontaremos con
situaciones muy distintas. Quizá no resulte fácil tener dieciséis
años y no tener ninguna amiga que te acompañe al concierto de
Quevedo, pero más complicado tiene que ser aceptar que todo tu
círculo ha dejado de existir y que no puedes retroceder en el
tiempo. Todo lo que ella amaba hacer, ya ni puede realizarlo, ni
tiene con quién hacerlo, pero, por lo contrario, ahí sigue día tras
día, intentando sacarnos una sonrisa a mí y a mi hermano. Que si nos
hace el favor de ir a por salmón a la pescadería, que si nos
devuelve el libro a la biblioteca que se nos ha quedado fuera de
plazo, que si nos aporta ideas para una redacción de filosofía, ...
Los nietos nos solemos olvidar de preguntarles algo tan simple como
qué tal les ha ido el día, o simplemente qué han tenido para comer,
pero pese a ello, nos siguen queriendo infinitamente. Debemos
hacerles sentir arropados y demostrarles que no están solos, que
siempre nos van a tener cuando más lo necesiten, incluso para tomar
el frito los domingos después de misa. Porque sí abuela, si te hace
ilusión, yo por ti hasta aguanto hasta una larga hora de misa. Ya
solo me queda decirte gracias, gracias por todo abuela, gracias por
compartir conmigo tus mejores y más sabios consejos y vivencias de
la vida. Al igual que esta redacción, nuestra existencia, queridos
abuelos, no sería posible sin vosotros. Estáis y estaréis
eternamente acompañados. |